Maruja Mallo y las vanguardias.

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Amiga íntima de Maria Zambrano y Concha Méndez, con las que compartía afinidades intelectuales e inquietudes estéticas y vitales, Maruja Mallo escandalizó al Madrid de los años 30 al recorrer su calles de noche, acompañada de hombres y con la cabeza descubierta, algo impensable en la época. Eran los años en que Maruja creaba su propio lenguaje artístico, basado en el arte popular, en el cine, y en los ecos de las vanguardias (futurismo, surrealismo) que empezaban a llegar a España.

Aunque nació en Viveiro, Lugo, el año 1902, cursó sus primeros estudios en la Escuela de Artes y Oficios de Avilés, Asturias, donde había sido destinado su padre, funcionario de aduanas.  A los 20 años, becada por la diputación de Lugo, se matriculó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde estudió hasta 1926.  Allí conoció a los jóvenes poetas y artistas que más tarde formarían la Generación del 27, en cuyo grupo se integró como una más.  Colaboró especialmente con Rafael Alberti, con quien formó pareja sentimental hasta que el poeta conoció a María Teresa León; Mallo fue la creadora de los decorados del drama Santa Casilda, escrito por el poeta.

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Por entonces Maruja, que formaba parte de la denominada Primera Escuela de Vallecas, con Alberto Sánchez y Benjamín Palencia,  entre otros,  realizaba una obra en la línea de la nueva objetividad o realismo mágico; de esta primera época son sus series  Verbenas y Estampas (divididas en populares, deportivas, de máquinas y maniquíes y cinemáticas) y otras obras en las que pintaba temas recurrentes a la modernidad, como por ejemplo Elementos de deporte o La ciclista. En la primavera de 1928, José Ortega y Gasset le ofreció los salones de la Revista de Occidente para realizar su primera exposición, que fue todo un éxito, y la introdujo en su selecto círculo.

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En 1932 viajó a París con una pensión de la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar escenografía.  Allí conoció a René Magritte, Max Ernst, Joan Miró, Picasso, Giorgio de Chirico y, sobre todo, a André Bretón.  En contacto con los surrealistas, su pintura adquirió maestría, tanto que el mismo Bretón le compró el cuadro Espantapájaros, obra que hoy es considerada una de las grandes obras del surrealismo. 

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 Su vuelta a Madrid supuso un nuevo giro en su estilo. Entró en contacto con el Grupo de Artistas de Arte Constructivo, adoptó la sección aurea como base de sus trabajos, formuló nociones como la matemática viviente del esqueleto y, en correspondencia con los principios del constructivismo, mostró su interés por la creación de un lenguaje universal basado en los principios de la geometría, lo que incluso la llevó a cursar estudios de matemáticas.  Son los años de sus series Arquitecturas minerales, inspiradas en piedras, y Arquitecturas vegetales, llenas de frutas extrañas. 

También participó activamente en la Sociedad de Artistas Ibéricos. Comprometida con la República, y fiel a los postulados de la acción social, en esos años combinaba su trabajo artístico con una triple dedicación docente como profesora de Dibujo en el Instituto de Arévalo, en el Instituto Escuela de Madrid y en la Escuela de Cerámica de Madrid, para la que diseñó una serie de platos que, por desgracia, fueron destruídos durante la guerra. Además, dibujaba viñetas para la Revista de Occidente y otras publicaciones.

En 1935 colaboró con el poeta Miguel Hernandez creando los escenarios para el drama Los hijos de la piedra, inspirado en los sucesos de Casas Viejas y Asturias.  También realizó por entonces una serie de bocetos de escenografía y figurines conocidos como Plástica escenográfica para la ópera Clavileño, de Rodolfo Halffter, que no llegó a estrenarse, y fue seleccionada para una exposición de surrealismo internacional en las New Burlington Galleries de Londres.

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Cuando estalló la Guerra Civil, Maruja Mallo estaba en Galicia con las Misiones Pedagógicas.  Tras unos meses, viajó a Lisboa, donde fue acogida por su amiga Gabriela Mistral, entonces embajadora de Chile en Portugal.  Allí recibió una invitación de la Asociación Amigos del Arte para dar una serie de conferencias con el tema de Lo popular en la plástica española a través de mi obra (que después se convertirían en un libro, publicado en 1939) en Montevideo y Buenos Aires. 

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 El 9 de febrero de 1937 llegó a Buenos Aires, donde vivió veinticinco años, hasta la instauración del peronismo, en 1962, en que se trasladó a Nueva York.  En Argentina, Maruja tuvo un amplio reconocimiento.  Empezó a pintar retratos de mujeres, cuyo estilo es precursor del arte pop estadounidense, y también su étapa cósmica, en la que recreaba la naturaleza sudamérica.  De esa época son la Serie Marina, armonías lunares, en colores plata y gris, y la Serie Terrestre, armonias solares, en ocres  dorados.  También pintó entonces la Serie de Cabezas y Máscaras, cuadros inspirados en cultos afro-américanos, como el vudú. 

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Sin embargo, los años comprendidos entre 1945 y 1957 Maruja Mallo realizó muy pocas exposiciones y apariciones públicas.  En este período de su vida se dedicó a diseñar, a pintar y, sobre todo, a viajar. Visitó países como Uruguay, Bolivia o Brasil, aunque fue su estancia en la isla de Pascua, donde fue con Pablo Neruda, la que más influyó en su obra posterior, caracterizada por el esoterismo.  También estuvo en Nueva York, donde conoció a Andy Warhol.

En 1964, tras veinticinco años de exilio, regresa a España, pero sus contemporáneos están muertos o en el exilio y la que fuera una de las grandes figuras del surrealismo de preguerra es casi una desconocida en su tierra.  Aún así, se instala en la calle Claudio Coello, dibuja de nuevo la portada de Revista de Occidente y, ya en los años 70, empieza su última étapa pictórica -cuya obra más famosa es Los moradores del vacio (1979)- y una serie de ocho litografías, homenaje a la Revista de Occidente. Su obra artística es cada vez más valorada, especialmente por la crítica más joven, que ve en ella la encarnación de una vanguardia oculta por el franquismo.

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Con la muerte de Franco llega su reconocimiento y culminación con la Medalla de Oro de Bellas Artes, que le fue otorgada en 1982, una exposición antológica que le dedica, en 1993, el Centro Gallego de Arte Contemporáneo y el Premio de Artes Plásticas de Madrid. 

Murió en la residencia de ancianos Menéndez Pidal de Madrid el 6 de febrero de 1995, con 93 años de edad.

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