VIDA Y MUERTE DE DIANA DE GALES: UNA HISTORIA DE LA HISTORIA

 

 

El proceso iniciado el pasado 2 de octubre para esclarecer los interrogantes que pesan sobre la muerte de la princesa, ocurrida hace ahora diez años a consecuencia de las lesiones sufridas en el accidente del túnel del Alma de París cuando, en compañía de su pareja Dodi Al Fayed, trataba de huir de los paparazzi que la perseguían, ha puesto nuevamente de actualidad la que quizá sea la historia de amor más trascendente de los últimos años.

¿Estaba Diana embarazada? ¿Hubo un complot para asesinarla? Éstas y otras preguntas son las que pretende desvelar el jurado de once personas nombrado a instancias del padre de Dodi, Mohamed Al Fayed. Sin embargo, lo más probable es que queden sin respuesta. Salvo que las indagaciones revelen nuevas pruebas fehacientes que hayan pasado desapercibidas para las policías francesa e inglesa, sean cuales sean las conclusiones del jurado la opinión pública seguirá pensando como el príncipe Enrique: Pasara lo que pasara aquel día en ese túnel, nadie lo sabrá. La gente se lo pregunta; yo nunca dejaré de hacerlo.Y es que su trágica muerte es el corolario casi obligado a la dramática y romántica historia de amor de Diana, en la que Dodi Al Fayed, pese al aparente protagonismo otorgado por haberla acompañado al más allá, no jugó más que un papel de mero comparsa. El triángulo Diana-Carlos-Camila, en cambio, es una de esas historias con minúscula que pasará a la Historia con mayúscula, como el Romance de Pedro el Cruel de Portugal e Inés de Castro, las seis esposas de Enrique Octavo, el doble suicidio del Archiduque Rodolfo de Habsburgo y María Vetsera en Mayerling, y tantas otras. Los romances principescos siempre han gustado. Y más cuando han tenido una trascendencia política o social. Y no cabe duda alguna de la que ha tenido la de los Príncipes de Gales.

Hasta el escándalo que produjo su divorcio era impensable que cualquier miembro de una casa real con aspiraciones al trono contrajera matrimonio con alguien que no contara con el suficiente pedigrí. El tío-abuelo de Carlos había tenido que abdicar para casarse con una divorciada y los príncipes de Suecia y Noruega (monarquías bastante recientes, con mucho menos caché que la rancia familia real inglesa y establecida en países socialmente más liberales) habían tenido que batallar largo y tendido para que se permitiera su boda con plebeyas. Por eso, la propia Camila, una mujer con experiencia, procedente de la pequeña nobleza rural, conservadora, culta e inteligente (por eso congenia tan bien con Carlos), que sabía que no reunía los requisitos exigidos por los Windsor (encima es católica), aceptó desde un primer momento el papel de amante del Rey que ya había ostentado su bisabuela.

En cambio, la joven Diana, perteneciente a la más alta aristocracia (era hija de un conde y entre sus antepasados se encontraban dos reyes de Inglaterra), virgen, no demasiado inteligente ni culta, y con un carácter dulce y tímido que la hacía aparentemente maleable, no aceptó el papel que le habían destinado. Cometió el error de creer que el príncipe Carlos se había enamorado de ella y de pretender llevar su matrimonio como si fuera una unión entre dos simples mortales, sin darse cuenta de que lo que único que se pretendía de ella era que pariera príncipes sanos y fuertes que garantizaran la sucesión y que asistiera a los actos oficiales sonriente y luciendo los horrorosos sombreros marca de la casa.

Ese fue el verdadero drama de Lady Di. Lo demás, la bulimia, las infidelidades, el glamour y las falsas amistades que la rodearon, son sólo los pasos de su descenso a los infiernos.

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