Se habla mucho de la crisis del ladrillo pero no se menciona la crisis que va íntimamente unida a la del ladrillo; la del piropo.
La burbuja inmobiliaria ha hecho mucho daño al piropo.
Hubo una época en la que ir paseando por la calle era todo un clamor popular. En cada manzana había, al menos, una finca en construcción, con sus consiguientes andamios y trabajadores subidos en ella.
“¡Guapa!¡Morena! ¡Rubia! ¡Ves por la sombra!” y otras frases, algunas de ellas un poco más elaboradas, otras más poéticas, algunas un tanto vulgares se escuchaban entre los primeros cimientos de un edificio.
Además, la inmigración ha supuesto un añadido más al piropo del andamio pues era muy habitual que llegara acompañado de las notas musicales de una salsa, un reggeaton o una bachata que sonaban del radio casete.
Me contaba un amigo peón de albañil que algunos de sus compañeros extranjeros se ruborizaban cuando veían la soltura para piropear del albañil español. Pero, con el tiempo y al poner en práctica las costumbres nacionales, se convertían en los más atrevidos del andamio.
Al margen de machismos y feminismos que ahora no vienen al caso, el piropo del andamio es todo un estandarte de la construcción. Es más, creo que el hecho de saber lisonjear desde las alturas, debería ser un requisito indispensable para trabajar en este gremio.
Creo que no hay nada más deprimente que pasar al lado de una obra y que sólo te acompañe el sonido de tus tacones o los ruidos del metal, cemento y ladrillos.
Si paso junto a una obra y no escucho ni el más leve silbido, prefiero pensar que son unos obreros tímidos o despistados.