Con la llegada repentina de este verano prematuro, creo que he llegado tarde a la operación bikini.
Normalmente, cuando llega el calorcito y empiezas a desprenderte de las prendas de invierno, tienes un tiempo de adaptación para ir destapando partes del cuerpo poco a poco. Primero empiezas por los brazos y es cuando te das cuenta de que tienes un bíceps vago y un tríceps prófugo, porque lo que menos encuentras entre el hombro y el codo es un músculo. Llegas a la conclusión de que no te gustan las despedidas, al menos en verano, ya que con el gesto de decir “adiós”, se descuelga un trozo de piel que no entiendes muy bien qué hace ahí.
Pero, lo peor está todavía por llegar. Es decir, los pantalones cortos, los bikinis y bañadores. Esta ola de calor africano ha invitado a darse un bañito en la playa o la piscina cuando tú todavía no te habías hecho el ánimo de empezar la operación bikini. ¿Y ahora qué? Yo he intentado irme a correr todos los días. Juro y prometo que lo he intentado pero cuando mandaba a mis piernas que se pusieran a trotar, creo que se han reído de mí. También me he tomado en serio los abdominales, pero ellos a mí no. Y, cuando por fin he conseguido hacer algo – lo más parecido a ejercicio que he podido – resulta que hoy me despierto con una agujeta gigante que me ocupa desde la cabeza a los pies. Levantarme de la cama ha sido casi un milagro por lo que intentar seguir con mi entrenamiento, ya lo doy por un imposible.
Menos mal que la AEMT avisa que las temperaturas empiezan a bajar a finales de semana y todavía no podemos quitarnos el sayo, porque si no, soy capaz de pedir la epidural para poder seguir ejercitando mis músculos en paro.