Cómo escribir una carta de amor

 

Todavía hay quien elige declarar su amor –o confirmarlo- por medio de la palabra escrita: una carta, un email, incluso una pequeña nota…

Lo que más va a valorar la otra persona –hombre, mujer, lo mismo da- es que se trate de una declaración personal y sincera. Eso, para empezar, deja fuera las funestas Tarjetas de Felicitación de San Valentín, que se hacen en serie y se compran en 5 minutos. Si estás enamorad@, se supone que la otra persona merece, al menos, que nos detengamos a pensar en él/ella y que lo que digamos sea único y especial.

No, no hablo de escribir una obra maestra de la literatura; simplemente de dos simples claves: 1. Que la carta refleje nuestra admiración por esa persona en concreto, por sus pequeñas cosas, sus detalles e incluso sus defectillos.  No es lo mismo decir «Me encantan tus ojos» (muchas personas tienen los ojos bonitos), que «me encanta que, cuando estamos frente al televisor, te vuelvas siempre para mirarme y me guiñes un ojo».

Tienen que ser esos momentos precisos, concretos, palpables, los verdaderos protagonistas de la carta: esas anécdotas («Me enamoré de ti aquella vez que se te olvidaron las llaves y tuvimos que quedarnos a dormir en el parque»); esos instantes que compartís, incluso si aún no sois pareja («Siempre te acuerdas de mandarme un sms para avisarme de que empieza la serie Anatomía de Grey»); esos gestos que te encandilan («cuando te muerdes el labio mientras te pintas las uñas», «cuando frunces el ceño porque no te acuerdas de dónde has dejado las llaves»); los diminutos recovecos de su cuerpo en los que adoras -o adorarías- perderte («el lunar que hay en tu cuello, justo bajo tu oreja derecha») o las frases que te han hecho vibrar desde su boca.

Todo eso es mucho más preciado que valores abstractos que podrían servir para describir a cualquier persona («tu bondad, tu valor, tu sentido de la justicia, tu cariño…»). Un truco para saber si estamos siendo lo suficientemente personales es que, al terminar la redacción de la carta, subrayemos todas las palabras precisas que hay en ella, es decir, objetos o elementos que puedan verse, olerse o tocarse (la silla, el coche, el perfume, el plato de espaguetis, la mano derecha… NO pueden verse ni tocarse la inteligencia, la bondad, la admiración, la pasión, la virtud, etc.  Son conceptos abstractos.) Si tenemos toda nuestra carta llena de subrayados, enhorabuena, estamos incluyendo muchos detalles de la persona amada. Si sólo aparecen 6 ó 7 cosas subrayadas… mmm, nos estamos yendo por las ramas, no estamos siendo personales.

2. Evitar los tópicos y los «lugares comunes»

Lo que hemos descrito antes, en teoría tan fácil, nos puede sorprender por su dificultad a la hora de intentar plasmarlo por escrito, sobre todo si no solemos escribir a menudo. Para empezar a escribir, os recomiendo que os dejéis llevar, sin pensar en la redacción, y hagáis una lista de cosas, momentos, anécdotas, etc que os gustan de la otra persona. Muchas, treinta, cuarenta cosas, instantes, gestos, recuerdos comunes, etc… si es posible. Cuantas más, mejor (no debe ser difícil si estamos enamorad@s ¿no?) Así, ya tenemos después material para empezar la redacción.

Como esto puede ser algo complicado si no estamos acostumbrados a poner nuestros pensamientos o sentimientos por escrito, es posible que se nos escapen esas frases o expresiones tópicas que, de tan oídas, nos chirrían y a la otra persona le van a parecer poco naturales y poco personales. Me refiero a cosas como «te quiero más que hoy pero menos que mañana», «me pierdo en tus ojos», «me muero por ti», «es tan grande lo que siento por ti…», «sin ti la vida no tiene sentido», «eres tan guapo/a», «contigo a mi lado no necesito nada más», «siento por ti un fuego que me consume», «te querré hasta el fin de mis días…»   Grandes declaraciones de sentimientos elevadísimos que, desgraciadamente, suenan huecas, porque ¡se las han dicho tantas personas unas a otras!

No, no intentéis expresar el amor en toda su magnitud, ni una gran metáfora que explique todo ese sentimiento («mi amor por ti es…») Los escritores llevan siglos intentándolo y sólo unos cuantos han llegado a dar un bosquejo. No busquéis la grandilocuencia; lo que tenga que salir, saldrá solo si os dejáis llevar por la vereda de las pequeñas cosas que conforman un todo único e inexplicable.

Por último, dad un repaso a la carta. Que no tenga faltas de ortografía, que no se repitan muchas veces las mismas palabras («mi amor, lo mucho que te amo… no puedo expresar lo que significa amarte» o «cuando te vi, era como ver… y ahora te veo…»). Usad el diccionario para evitarlo y también para corregir cualquier posible error ortográfico.

Os dejo con extractos de algunas cartas de amor históricas que -¿por qué no?- todas ellas están escritas por mujeres:

Carta de Mary Godwin a Percy Bysshe Shelley (Fragmento)
Diciembre 6 de 1816
Dulce elfo:
Esta mañana me levantó mi pequeño bebé, y estuve vestida con suficiente tiempo para tomar mi lección del señor West y -gracias a Dios-, terminar esa desagradable pintura sobre la que estuve tanto tiempo. He terminado el cuarto capítulo de Frankenstein, que es muy largo, y creo que podría gustarte. ¿Dónde estás? ¿qué estás haciendo? Mi amor bendito. Deseo y confío, por mi bien, que tú no salgas este horrible día… ¿Y qué piensa mi amor mientras viaja? ¿Piensa en nuestra casa, nuestro bebé, y su pobre Pecksie? Estoy segura de que lo haces, y piensas con alegría y esperanza. […]

Carta de Ellen Terry a George Bernard Shaw

Querido, no he leído tu carta, pero debo decirte que me disgusta la gente que no es reservada, y vendrá a contarme de tus Janets y tus cosas y a ponerme mal, en tanto que yo sólo quiero saber si ellos piensan que tu -si nos encontráramos-, tendrías un terrible disgusto al hallar semejante cosa vieja, y tan diferente a la Ellen que has visto en el escenario. Soy muy pálida cuando estoy fuera del escenario, el rouge me favorece, y sé que tendré que usarlo si consiento en que me veas. Esto sería tan patético, porque ni siquiera el rouge haría que me admires lejos del escenario. Oh, qué maldición es ser una actriz!…
No puedo ir porque no soy linda.

Carta de Emily Dickinson a Susan Gilbert

Están limpiando la casa hoy, Susie, y he hecho un rápido bosquejo de mi cuarto, donde con afecto, y contigo, yo pasaré esta, mis hora preciosa, más preciosa de todas las horas que marcan los días al vuelo, y el día tan querido, que por él cambio todo, y tan pronto como él pase, suspiraré por él otra vez
.
No puedo creer, Susie querida, que casi he permanecido sin tí un año entero; el tiempo parece a veces corto, y mi recuerdo de ti caliente como si te hubieras ido ayer, y otra vez si los años y los años recorrieran su camino silencioso, el tiempo parecería menos largo. Y ahora cómo pronto te tendré, te sostendré en mis brazos; perdonarás las lágrimas, Susie, acuden tan felices que no está en mi corazón reprenderlas y enviarlas a casa. No sé por qué es -pero hay algo en tu nombre, ahora estás tomando de mí, que llena mi corazón por completo, y mi ojo, también. No es que mencionarlo me aflija, no, Susie, pero pienso en cada «sitio soleado» donde nos hemos sentado juntos, y no sea que no haya no más; conjeturo que ese recuerdo me hace llorar.

Mattie estuvo aquí la tarde pasada, y nos sentamos en la piedra de la puerta delantera, y hablamos de vida y de amor, y susurramos nuestras suposiciones infantiles sobre tales cosas dichosas – la tarde se fue tan pronto, y caminé a casa con Mattie debajo de la luna silenciosa, y sólo faltabas tú, y el cielo. Tú no viniste, querida, pero un poquito de cielo sí , o eso nos pareció a, pues caminamos de un lado a otro y nos preguntábamos si ese gran bendición que puede ser nuestra alguna vez, se concederá ahora, a alguno. ¡Esas uniones, mi Susie querida, por las cuales dos vidas son una, esta adopción dulce y extraña en donde podemos mirar, y todavía no se admite, cómo puede llenar el corazón, y hacerlos en pandilla latir violentamente, cómo nos tomará un día, y nos hará suyos, y no existiremos lejos de él, sino que quedaremos quietas y seremos felices!

Carta de Frida Khalo a Diego Rivera

Diego:

Nada comparable a tus manos ni nada igual al oro-verde de tus ojos.
Mi cuerpo se llena de ti por días y días.
Eres el espejo de la noche. La luz violeta del relámpago. La humedad de la tierra.
El hueco de tus axilas es mi refugio.
Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos

Mi Diego:
Espejo de la noche.
Tus ojos espadas verdes dentro de mi carne, ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de sonidos – En la sombra y en la luz. Tú te llamarás Auxocromo el que capta el color. Yo Cromoforo – La que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de números. La vida.
Mi deseo es entender la línea la forma el movimiento. Tú llenas y yo recibo. Tu palabra recorre todo el espacio y llega a mis células que son mis astros y va a las tuyas que son mi luz.

Carta de Vita Sackville-West a Virginia Wolf

Estoy reducida a un objeto que quiere a Virginia. Te escribí una carta hermosa en las horas de insomnia de pesadilla de la noche, y todo se ha ido: te extraño, en una manera humana, desesperada y bastante sencilla. Tú, con todas tus cartas sin boberías, nunca escribirías una frase tan elemental como esa; quizás ni siquiera lo sientes. Y aún más, creo que sientes un pequeño hueco. Pero lo vestirías en tan exquisita forma la frase que perdería un poco de su realidad. Mientras que conmigo es bastante absoluto: yo te extraño aún más de lo que podría haber creído; y estaba preparada para extrañarte mucho. Así que esta carta es apenas una protesta de dolor realmente. Es increíble cuán esencial a mí has llegado a ser. Supongo que estás acostumbrada a personas que dicen estas cosas. Maldita seas, criatura consentida; yo no haré que me ames nada más alejándome como ahora -Pero ah mi querida, yo no puedo ser astuta y reservado contigo: te quiero demasiado para eso. Demasiado sinceramente. No tienes la menor idea cuán reservada yo puedo ser con personas que yo no adoro. Lo he convertido en una de las bellas artes. Pero has roto mis defensas. Y yo no lo resiento realmente.
Sin embargo no te aburriré con más.
Hemos arrancado de nuevo, y el tren se sacude otra vez. Tendré que escribir en las estaciones – que afortunadamente son muchas a través de la llanura de Lombard.
Venecia.
Las estaciones eran muchas, pero yo no negocié el Oriente Express para parar en ellas. Y aquí estamos en Venecia durante diez minutos sólo, — un tiempo despreciable para tratar de escribir. Sin tiempo de comprar un sello italiano aún, así que esto tendrá que salir desde Trieste.
Las cataratas en Suiza se congelaron en sólidas cortinas iridiscentes de hielo, colgando sobre la piedra; tan encantador. E Italia todo cubierta de la nieve.
Arrancamos otra vez. Tendré que esperar hasta Trieste mañana por la mañana. Perdóname por favor por escribir una carta tan miserable.
V.

Carta de amor, por Berna Wang
(ganadora del 1er concurso Antonio Villalba de Cartas de amor)

Son las cinco y diez de la madrugada, está a punto de pasar el primer autobús; entra una brisa fresca por la ventana del estudio que me araña los hombros. Y suena Gershwin, bajito y dulce: I want to stay here.
Se está acabando el paquete de cigarrillos que abrí mientras hablaba contigo por teléfono esta noche.
He visto en la televisión dos películas estupendas seguidas (La mujer del teniente francés y Manhattan), me he tomado dos vasos largos de Havanna Club con mucho hielo. La vela de jazmín que he encendido hace unas horas se ha consumido hace un rato.
De alguna manera (es absurdo, ya lo sé), estoy de guardia. Sosteniendo este extremo del universo para que no caiga sobre ti.
Un extremo donde suena la música (muy bajito), la madrugada de verano es hermosa y fresca, y la luz, suave. Donde el alcohol no hace daño y las sonrisas son dulces.
Ya sé que es absurdo, pero pienso que mientras esté aquí, despierta, no se desbaratará el cielo y la tierra seguirá girando bajo las estrellas con una cadencia perfecta.
Pienso que, mientras tú duermes, alguien debe vigilar para que las pesadillas no te toquen. Alguien debe tener la luz encendida y quererte. Aunque sea armada tan sólo del tercer vaso de ron con hielo y el enésimo cigarrillo. Cabalgando sobre la música de Wonderful. Aunque sea sin escudo… Vestida únicamente con una camiseta de seda azul. Y una sonrisa. A través de la larga noche.
Es absurdo, lo sé de sobra. Un clarinete no puede hacer nada frente a una tormenta de negrura y culpa, mi sonrisa no es nada si en este momento te giras en la cama y murmuras tu pesar entre sueños; Gershwin murió hace tiempo y además, con la música puesta, no oiré siquiera el autobús. Y si no oigo el autobús, puede que no amanezca nunca.
Y aun así, aquí estoy, sujetando mi extremo del universo, como si éste fuera, en lugar del caos, un arco geométricamente perfecto que pudieran sostener a pulso mis brazos desnudos. Al mismo tiempo que un cigarrillo y un vaso de ron. Absurdo, realmente.
They can’t take that away from me.
Un arco iris en medio de la lluvia, o unos labios curvados en una sonrisa. El arco de un violín. Un puente y, debajo, un río; o la luna en cuarto creciente y tú dormido en ella.
No veo la luna desde aquí y el eclipse parcial de Torre Picasso tras el edificio Windsor está ya (o aún) a oscuras. Ahora suena The man I love y es tan dulce el clarinete… Y el piano suena tan ligero como siento yo el corazón mientras estoy aquí, imaginándote a salvo.
Qué absurdo. ¿Cómo ponerte a salvo con un violín que preludia en la madrugada Someone to watch over me?
Tan absurdo como sacarte a bailar. Bueno: estás dormido. No puedes negarte. Te pregunto sin hablar: «¿Bailas?». Y tú sonríes, y te tomo de la mano, apoyo la otra en tu hombro y giramos, cerca, muy cerca, mientras el clarinete se eleva y amanece sobre Madrid. Y el autobús pasa por fin, trayendo el día, frena con estrépito en la esquina, mete la primera y prosigue su ruta calle abajo. Tu barba me roza la frente cuando la música se amansa y el piano retoma la melodía, acompañado de los violines. Y bailamos, despacio, sin prisas. Tú, soñando, y yo, despierta.
Escucha… No pienses: sólo escucha.
Dentro de un rato despertarás y no recordarás nada. Se apagarán las luces del edificio Windsor bajo el empuje de la luz del sol (el amanecer es ya una certeza, una franja ancha donde antes había una línea de claridad). Y entonces yo me iré a dormir. Comenzará un nuevo día lleno de ruidos, el mundo volverá a ser un caos sostenido sobre pilares lógicos y razonables en lugar de un arco sujetado, en este extremo, por mi sonrisa.
Huele bien la mañana recién hecha. Y la brisa es dulce sobre mis hombros. Es hermoso ver cómo es el mundo instantes antes de que sea real, con un trozo de hielo que se derrite con sabor a ron en la boca, mientras oigo que el reloj del vecino da las seis.
Pasa el segundo autobús, y se acaba el disco: otra versión de Someone to watch over me. Un portero guarda los cubos de basura haciéndolos rodar con desgana. La calle se despereza. Pasa un coche. Alguien sube una persiana. Ahora suena una moto. Y yo apuro el baile hasta que suene tu despertador y te despiertes y te olvides de que bailamos esta canción, este amanecer imposible de tan suave.
Estoy llorando, mi amor, y es de ternura. Y, seguramente, de ron. Pero son lágrimas dulces y porque me gusta cómo bailas y siento una mano en mi cintura y la otra sosteniendo la mía mientras giramos al mismo tiempo que la tierra. Al encuentro del día.
Pronto se acabará mi turno de guardia y el día entero se pondrá en pie. Se ha disparado una alarma en la calle y su sonido se superpone a las últimas notas de la canción. Voy a lavarme los dientes y a quitarme las lentillas y la camiseta.
Y a ponerme el alma porque ya llega el día.
Nos cruzamos debajo del arco, tú camino del trabajo y yo de la cama. Buenos días, mi amor.

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