Nada de frivolidad

Cuando oigo y leo comentarios sobre la banalidad de la indumentaria y la poca importancia del aspecto físico dentro del conjunto del individuo, pienso que quien lo dice tiene pocos conocimientos sobre cómo se construye la imagen de una persona en la mente de los demás. La vestimenta nos define, identifica y nos separa o iguala a otros. Decidimos vestir igual que nuestro grupo en las tribus urbanas o bien llevar un estilo propio no sujeto a modas. Diferencia la profesión a la que nos dedicamos, por ejemplo a un consultor y a un camionero. Prejuzgamos según el aspecto físico. Pero, en esta ocasión, quiero centrarme más en el hecho social del vestuario que en la parte de comunicación personal que supone.

En nuestra sociedad, lo elegimos según nuestra subjetividad. Recalco lo de «nuestra sociedad» porque continuamente conocemos hechos que nos hacen llevarnos las manos a la cabeza y pensar en la suerte que tenemos de vivir en donde vivimos. Sin ir más lejos, hace unos días se conocía la noticia de que una periodista sudanesa, Lubna Husein, había sido condenada a pagar 150 euros de multa por vestir de forma «indecente», librándose de recibir 40 latigazos por trabajar para las Naciones Unidas y tener cierta inmunidad diplomática. La indecencia consistió en llevar pantalones en público. Las otras mujeres encarceladas por el mismo motivo sí fueron azotadas. Imaginamos quiénes son los que deciden lo que es «vestir con decencia» en su país.

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Quiza una de las prendas más polémicas sea el burka que visten tantas mujeres. La primera vez que vi a una de ellas por las calles de Madrid me quedé paralizada de la impresión. Ver a cientos de ellas en su día a día debe ser demoledor. Para ellas, no es algo trivial.

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A lo largo de la Historia, ha habido muestras suficientes de la trascendencia del vestuario:

– Ha sido regulado por normativas legales en algunos casos como el prohibir el uso de capas y chambergos (ver los embozados del motín de Esquilache).

– En otros, diferenciaba castas y clases según colores y tejidos como ocurrió en un tiempo con el rojo que distinguía a la nobleza y posteriormente a la burguesía adinerada. Colores luminosos para los ricos y apagados para los pobres (ahora nos diferencian las marcas).

– Se restringía su uso,  como las túnicas púrpuras exclusivas de los emperadores romanos y su familia.

– Estigmatizaba,  como las prendas de color amarillo que debían llevar las prostitutas y las madres solteras en la Edad Media.

– Y un largo etcétera.

Quiero pensar que todas estas personas que hablan de lo irrelevante de la indumentaria están confundidas y mediatizadas con la proliferación de desfiles de moda, cambios de estilo todas las temporadas, lo efímero de las pautas… ya no hay una permanencia en las modas como antes en las que el estilo se mantenía invariable durante décadas y, en algunos casos, durante algún que otro siglo. Pero el vestuario es más que todo eso y, definitivamente no, no es un tema frívolo.

Montse Calvo. Imagen y Comunicación Personal

www.montsecalvo.es

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