Novela: Rayuela

  

Entre mis escritores favoritos está Cortázar y «Rayuela», es una auténtica obra maestra.

Cuando lees Rayuela es como si hicieses un viaje. Te transportas a París, al mundo del jazz, al mundo bohemio, al mundo interno de un protagonista excéntrico… al mundo Maga. Para mi, sobre todo, al mundo Maga. Rayuela empieza con un monólogo interior y termina con otro. Entre medias, un sin fin de reflexiones tanto dialogadas como en formato de ensayo. Hay experimentos de escritura y estilo y provoca al lector hasta hacerle partícipe de una historia llena de entresijos.
No es fácil de leer, pero una vez consigues entrar en Rayuela, es difícil salir. Los personajes convierten al lector en cómplice de sus vidas.

A Cortázar siempre le gustó experimentar, y con Rayuela, consiguió llegar a la madurez de esta experimentación. Es un espejo cóncavo de si mismo. Parte real, parte irreal.

Hay dos formas de leer esta novela. Una corrida y la otra saltando de un capítulo a otro. La segunda es la más larga y un poco más complicada, porque intercala reflexiones personales y filosóficas que a veces se hacen duras, pero, en mi opinión, es la mejor forma de leerlo, porque descubres mejor a los persoajes y la historia es mucho más completa.

A veces, tengo ganas de leer Rayuela y simplemente abro el libro por donde salga y me pongo a leer. Eso se puede hacer porque Julio Cortázar juega con la literatura de manera tal que se te hace ameno que te cuente cualquier cosa; sin tener en cuenta el hilo. Escribe desde dentro. Describe sentimientos desde un nivel de profundidad tan grande que te abruma.

Si no leísteis Rayuela, os lo recomiendo una y mil veces. Si ya la habéis leído, vamos a recordar ese capítulo 7. Es un beso. Un solo beso:

«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.»

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