Con seguridad las pasadas Navidades os habrán regalado objetos dignos de convertir en arma arrojadiza. No os preocupéis: antes de ejecutar el cruel veredicto os ruego tener en cuenta no tanto el regalo en sí, sino la persona que lo hizo. Y para decidir qué hacer con ese jersey de reno o ese adorno con luces y sonido, os propongo leer esta historia -previsible y moralista- pero tierna y entretenida.
-¿Una calavera? ¿Por qué? Me pregunto en qué momento el ultraje fue tan grave para merecer un insulto semejante ¿Una burla? No lo creo tan valiente. Entonces, me parece que ya veo el juego: el cráneo es una alegoría del final de nuestra historia. En los últimos tiempos no había disputa que él ganase y claro, eso hace mella en el orgullo, manifiesto enemigo del afecto. O no. Qué digo. Tal vez es peor y este obsequio anuncia lances más temerosos pues podría ser yo quien acabase bajo su misma hechura. Ay qué miedito me está entrando. Violento de nunca, pero celoso de siempre ¿Será mi desdén y su sospecha quienes se unan para dejarme de tal guisa? Los nervios me devoran ¿Son el primero y el segundo soldados tan poderosos para ganar esta guerra que ya dura la mitad de un lustro? En este caso, aceptaré el abandono pero bajo ninguna circunstancia allanaré el camino de su puñal. Qué hacer. Por todos los santos, debo ponerme a salvo. Piensa, actúa pero a prisa que ahí llega el verdugo o la víctima, según el ángulo.
-Buenos días o tardes o lo que prefieras.
-En la mitad te presentas pero ahora tratemos otras cuestiones de mayor envergadura.
-Sin prefijo, por favor.
-Nos hallamos en pleno Adviento y dentro de poco celebraremos la llegada del Señor.
-Está claro que tu profesor de Liturgia se cobró bien las clases
-Sin preámbulos: he pensado que este año podríamos declarar sin ornamentos ni circunloquios lo que esperamos como ofrenda en el día de la Natividad.
-Bien dicho, así no habrá lugar a la decepción.
-Empero, antes de afrontar nuestras apetencias -cualesquiera que fuesen- te propongo recrearnos en un pasatiempo fugaz.
-Soy todo oídos
-Charada
-Avanti, propón argumento.
-Adivinar el presente que el contrario habría dispuesto para la fecha señalada.
-No levantes tu ceja, loba. Crees haberme puesto en un brete ¿eh? Te equivocas. Acepto con agrado. Será divertido un juego de cachorros.
-A la carga.
-Un momento. Antes de la batalla permíteme celebrar este inusual acuerdo con un buen buche de ponche. En breve estaré al quite.
-Qué simpleza la mía. Facilitando la tarea al lobo, colocando mi cabeza entre sus fauces y qué más ¿cómeme? Veamos, estoy indispuesta y el licor sería dañino. Sí, eso es.
-Aquí te alcanzo. Ésta para tí y esta… ¿qué ocurre? Ah, es la copa. Cierto, no proviene de Murano pero deberás conformarte con Bohemia. Brindemos.
-Más tarde, cuando se desvele el ganador, pero tú puedes dar un trago.
-Más tarde ¿quién ataca primero?
-Vos
-Ventaja para las damas
-De acuerdo. En esta ocasión te has decantado por una dádiva tan dispareja que cualquiera diría que pertenece a otro mundo.
-¿Otro continente? No. Frío como el hielo que ni siquiera te aproximas a mi intención.
-Tu turno.
-No me es posible profetizar lo que habías dispuesto regalarme
-¿Ya te rindes?
-Ni por asomo. Querida, tus sentidos estaban tan afanados en el regocijo de recibir que olvidaron la inicial usanza de dar. De esta idea se deduce pues que nada es mi regalo. ¿Cual es el premio?
-Enhorabuena
-El rubor te favorece. Y no me mires así, yo no dispuse el divertimento. Juguemos pues al acertijo de mis ideas.
-No (he aquí mi ocasión)
-¿Por qué? ¡Vuelve! Aun no hemos terminado la chanza.
-Cambio de reglas.
-Cómo ¿Ahora me vendas los ojos? ¿Manos atadas? Umm, el jueguecillo se torna interesante.
-Escúchame con atención. Sobre tus palmas posaré un objeto que a mi juicio encarna la esencia del agasajo que habías imaginado para mí.
-Bien.
-Pero prométeme que no te desatarás aun si lo descifras en un breve espacio de tiempo.
-Te doy lo único que puedo soltar.
-De acuerdo.
-Eso no.
-Anda, toca ya.
-Está frío. Dos orificios y tiene ¡dien…
-Quieto. Sí, tus ojos no te engañan.
-¡Loca! ¿Qué clase de jocosidad es esta? ¡Majadera! ¿Por qué esta broma?
-Esa es mi consulta.
-¡Qué nausea!
-Sudas como un puerco.
-Por Dios retíralo
-Palideces
-Fuera
-Y ahora lloras como un niño. La culpa posee diversas formas.
– ¿Qué falta? ¿A qué asunto te refieres sin descanso? ¡Fuera he dicho!
-Pobre sesera, un poco más abajo es tu lugar. Y bien, éxplicame qué hacía este bajo mi lecho, donde debiera estar mi obsequio natalicio.
-Qué sé yo. Jamás me atrevería a un episodio de tal calibre.
-Entonces, si ninguno somos culpables ¿cómo ha llegado hasta aquí?
-La imaginación es virtud y castigo de la mujer, dime tú.
-Solo queda un nombre en esta casa.
-Yorick
-Estúpido sirviente.
-Siempre hizo honor a su nombre.
-Le azotaré tantas veces como arrugas muestra su rostro. Maldito sea, de esta hazaña se acordará el resto de su vida.
-No vale la pena exaltarse. Es una chiquillada de viejo chocho. De todas formas queda tranquila que ya hablaré con él y le diré que la próxima vez traiga un cráneo mejor conservado.
-Agggggg
-Hay que desdramatizar. Vamos, sentémonos para deleitarnos en el alivio de aclarar este equívoco. Pareces vencida.
-Eso es lo menos transcendente. Lo que me colma el espíritu es probar que esa calavera no mostraba lo que me hacía temblar la carne.
-¿Y qué tempestad se atreve a sacudir una torre como tú?
-El miedo
-¿Dónde está mi esposa y qué has hecho con ella?
-Sí, yo también soy víctima del desvelo. De la misma forma que la calavera produjo en ti un torbellino de sensaciones corporales pues de sobra sé que la sangre te hirvió, el estómago se te dio la vuelta y un pavor recorrió todo tu esqueleto, hubo en mí otras transformaciones no menos escandalosas.
Tú fuiste herido por la desazón del memento mori: un terror mundano que se salva con la mínima muestra de vida. Ese cráneo te recuerda tu esencia mortal pero tu aliento y el latido de tu corazón te gritan que en ese instante y por el momento, tú estás felizmente en el lado de los vivos. Sin embargo, culpable mi naturaleza enrevesada, mis sospechas sin fundamento o el engañoso conocimiento de los sentidos, la calavera me mostró dos caminos a cual más inhóspito y pedregoso. En el primero, tus manos se manchaban de sangre por mi causa. En el segundo, me matabas por segunda vez al abandonarme.
-En verdad debí dejarte, pero con los titiriteros.
-¿Cómo?
-Qué absurda es la fantasía femenina. Acabar contigo. No sé por qué clase de bufón me tienes. Vendrías presurosa a buscarme al octavo círculo y allí -satisfecha- me picotearías el alma toda la eternidad ¿Abandonarte? Por pocas o muchas fiestas que haya tenido mi viejo palo de mayo, le tengo aprecio.
-Mófate cuanto quieras pero yo tenía una pena muy grande.
-¡Olè! Pues habla claro, desembucha. Liquidarás doble lastre: el que llevas dentro y el que has instalado en mí con el tres dientes.
-Desconozco el origen de este quebranto. Aun así recuerdo un día no muy atrás, en el que te miré con quietud a los ojos y en ellos contemplé las múltiples fisuras del abatimiento. «No le falta lógica», pensé. Tantos inviernos y veranos a mi vera, tantas Pascuas y Cuaresmas, tantas ofrendas que recibí en Epifanías y aniversarios y no hubo en ninguno de ellos un gesto que mostrase mi plena satisfacción. Ingrata, me reproché.
-Ni tanto como imaginas, ni menos de lo que sostengo. No obstante, son curiosas y equívocas las lecturas de una misma mirada. No pretendía transmitir ese hastío del que hablas. Hay -como decía- muchas interpretaciones de un mismo hecho. En mi caso, en lugar de ingratitud yo observé insatisfacción. Y si así era tu sentir, alguna culpa había yo de tener. Así pues me propuse indagar en mi actitud a lo largo de los últimos tiempos, qué hice o qué dejé de hacer, cuáles eran las intenciones, la glosa de mis ofrendas. Me preguntaba porqué mis obsequios terminaron por no agradarte y por ende, el que suscribe sufrió igual destino.
Un fino anillo con piedra de luna, el primero. Hará ya cuatro años. No podía permitirme más por aquel tiempo. En la siguiente fecha señalada hice un esfuerzo ímprobo por adquirir algo más ostentoso y hallé el diamante capaz de besar el hueco de tus clavículas. Después, otra onomástica o aniversario y llegaron las sedas, las perlas de Akoya, aguamarinas de Brasil, fíbulas de oro… en fin, qué añadir que tú no sepas. Y en tu rostro la misma expresión de incomplacencia ¿Carente de valor? ¿Miserable en cantidad? ¿Colores equivocados? ¿De tan pomposo vulgar? Al principio, las dudas me apuñalaban sin hallar respuesta pero en breve comprendí que daba argumentos superficiales a una mirada profunda. Por eso, resolví buscar otras posibilidades en una actitud contraria a la mostrada hasta la fecha. De lo petulante a lo humilde y de lo valioso en materia a lo pesado en sentimiento. En este proceso me abrumó lo elemental de la respuesta: una flor cortada con mis manos. Una acción pueril e inocente. Sin embargo, había en ella más intención de la que había mostrado en todos estos años. Mas si la pieza era minúscula, la labor para alcanzarla debía de ser ingente. Así pues, no elegí un brote cualquiera si no el que crece en el hondo valle de Hellmouth, rodeado de colinas abruptas y un abismo atávico. Alí reposan contados ejemplares de beleño blanco, más temerosos de los gigantes en piedra que de la zarpa impía del hombre. Escalé pues con ahínco, pensando en la dicha de descender de nuevo. Como era de esperar, quedó patente mi falta de maestría en la escalada. Un traspié tras otro no mermaron mi empresa pero he de confesar que en cada uno de ellos te odié y te amé con el mismo acento. No obstante, al recuperar el vigor concluí que mereció la pena mi hazaña. Una vez reclinado en el valle, cerré los ojos -más fatigado que romántico- y arranqué al azar uno de los beleños. Tras un reposo justo, en el que la luz del sol parecía cortejar el entorno, guardé el tallo en un pequeño cofre y de aquí lo llevé al bolsillo izquierdo de mi gabán. De no tener patas, allá debe seguir.
Ya ves, garduña descreída que ni abandono, ni crimen con nocturnidad y alevosía. Y de aquel que nada sabemos, sigo en la misma línea. En cuanto al regalo, una flor es todo lo que puedo ofrecerte.
-Qué decir
-Suena la aldaba
-Qué metáfora tan bien traida.
-LLaman
-¡Ah!
-Ve a abrir mientras yo me deshago de… ¿dónde está?
-Voy
-Un momento, antes déjame colocar el beleño en el más noble de los valles. Ahora ya estás
-Voy
-Un beso
-Tuyo será cuando atienda al impaciente.
-Ve pues
-Ya abro, ya
-Días negros mi señora
-Ah, mira tú por dónde ¡Víctor! aquí está el descarado. Pasa, pasa. Victor, acompáñame anda.
-Aun lo llama… (será que ya lo vela)
-¿Dónde estabas?
-Con el señor.
-Mientes,el señor está conmigo.
-¡Ay!
-Victor, ven y detenme
– No señora, el señor está con el Señor
-Cálla y déjate de chanzas o te saldrá caro
-Se lo ruego, en el tiempo que suelta su otra mano permítame explicarme.
– No voy a darte más tregua, voy a buscar al señor que no sé dónde está pero que…
-Está muerto.
-¿Cómo?
-Sí.
-¡Victor! ven por favor y azota a este inconsciente.
-No lo llame más, no acudira. Hará menos de una hora que sucedió la tragedia.
-De qué hablas, porqué brotan esas lágrimas de tus ojos.
-Usted sabe lo mucho que la amaba el señor y que habría hecho cualquier cosa por agradarla…
-Me estás asustando.
-No alargaré más este doloroso prólogo así que allá voy:
El señor, enamorado y por consiguiente incauto, marchó sin vacilar hacia las rocas de la locura con el fin de obtener para usted los tallos más hermosos del valle de Hellmouth. Los lugareños, que jamás se atreven a luchar cuerpo a cuerpo con la naturaleza y por ello rodean las rocas para descender al pueblo, intentaron frenar su audacia. Sin embargo, el señor debió de sentirse un hijo de Zeus. Así de victorioso llegó a la llanura y justo al intentar arrancar su premio, en la plena sonrisa de su gloria, un escollo envidioso cayósele sobre el pecho, quebrando su dicha y sembrando el infortunio.
-Cómo puede haber verdad en tus palabras si ya conozco la mitad del relato de sus propios labios. No puede hallarse entre dos mundos. Aprovechas su ausencia para mentir de nuevo y reafirmar esta broma macabra.
-Ojalá fuese castigado por ello y ustedes me privasen del pan y el agua y entonces yo maldijera en la penuria mis ideas de chiquillo. Mas la condena que me resta es la culpa de no haber acompañado al señor en su lance o habérselo impedido.
-Oigo pasos a lo lejos. Seguro que es él.
-Señora no abra, lo haré yo. Se lo ruego, quédese aquí.
-Qué ven mis ojos
-Dónde lo dejamos
-Me siento desfallecer, Yorick, ayúdame.
-Señora, vamos dentro.
-No, quiero tocar para creer.
-Espere a que lo preparen. Entre.
-Qué ven mis ojos, qué tocan mis manos. Tú, el que me hablaba un minuto atrás de sus andanzas. No puede ser. Y sin embargo estos beleños de rojo me lo confirman. Triste ofrenda me traes. Lo sé, más tarde llegan mis honores. Víctor, mi contrario… No he podido digerir tu discurso y aquí te hallo de golpe sin tiempo para la réplica o la disculpa, el agradecimiento o el abrazo.
Pedazo de cenutrio, no merecía yo este sacrificio. Bastaba maldecirme, querellarte contra mí -qué sé yo- diez calaveras sobre mi lecho como sanción. Ahora qué. Ni peleas, ni besos. Ni envoltorios ni gracias. Ni vete ni vuelve. Solo estos beleños rojos.
-Qué dices, qué hablas de beleños rojos. Anda, despierta amor, es una pesadilla.
-Flores malditas, flores de muertos, no !Víctor!
-Ya pasó, ya se acabó. Tranquila.
-Ha sido horrible ¿Estás bien? ¿te duele el pecho? ¿me has comprado un anillo de piedra de luna?
-Sí a la primera pregunta, no a la segunda, es posible a la tercera.
-No, no lo compres. Descámbialo.
-Pero si te encantaba
-Hazme caso.
-¿Has visto otra cosa que te guste?
-A ti
-Iba a esperarme unos días pero toma, tu regalo. Tenía la cajita bajo tu almohada.
-¿Qué es?
-Ábrelo…