De tacón al plano, como del amor al odio

De tacón al plano, como del amor al odio 1He de reconocer que lo mío con el calzado es una relación de amor odio propia de la telenovela más empalagosa. Una fina línea los separa.

Por motivos saludables, he pasado una temporada llevando zapatillas de deporte, “pisacacas” y zapato plano en general. Tenía la necesidad de tener los pies lo más cerca del suelo posible y no me importaba lo más mínimo estar a la altura que mi constitución me ha dado. No podía ni pensar en la posibilidad de ponerme tacones y me parecía increíble cómo hacía unos meses, había estado subida a unos “andamios”. Ahora controlaba mis pasos, la velocidad, la posición en la que ponía un pie delante del otro.

Sin embargo, no sé qué fenómeno extraño se ha apoderado de mi voluntad pero llevo una semana subida a unos zapatos incómodos, altos y con una suela tan fina que si piso una hormiga me muerde el dedo gordo. Pero, ¡estoy tan mona! No sólo he crecido unos seis centímetros, sino que, además, he adelgazado, o al menos, me miro al espejo y me veo más estilizada. Tal vez sea cierto y el hecho de ir esquivando piedras, baches y hormigas comededos ha provocado que queme más calorías.

La cuestión es que durante estos días, me veo incapaz de bajarme de las alturas y me parece impensable que vuelva a ir a ras de suelo. Siento que voy dominando las calles, que la acera es mía y que no soy modelo porque me pilla mayor pero, igual, si me cruzo con un modisto me propone que desfile en la presentación de su próxima colección.

Eso sí, cuando llego a casa y me pongo las pantunflas, mis pies y mi espalda resoplan y sienten un gran alivio. Si, total, es prácticamente imposible que ningún diseñador se pasee por mi barrio, ¿para qué quiero hacer yo la pasarela del camino al colegio??? No lo sé. Mañana mismo me pongo los botines de suela gorda y emprenderé mi venganza contra las piedras, adoquines y hormigas asesinas.

 

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