¿Por qué el cine además de hacernos pasar un buen rato nos hace más sabios?
Los rituales que empleamos cuando nos vamos a dormir tienen una relación especial con los que anteceden para ver una película. En ambos casos nos estamos preparando para la proyección de nuestros deseos, nuestras frustraciones y nuestros miedos. Sentados en nuestra butaca, en una sala oscura, donde la luz proviene de un solo punto, nos transportamos hacia otra dimensión, como en un diván colectivo dándonos una catarsis de peligro, ternura, sexo, melancolía o violencia.El placer de contemplar o de mirar está descrito por el psicoanálisis como una de las pulsiones que más satisfacciones nos proporciona. En nuestro asiento, hacemos asociaciones, sin interrupciones, viendo sólo aquello que queremos ver y de una manera única como nadie más lo observará.
Los directores de cine recogieron este interés por el psicoanálisis y llevaron a la pantalla obras donde se reflejan estas influencias. Y Jacques Lacan, psicoanalista, utilizó estas obras para ejemplificar cuestiones clínicas en la enseñanza de sus alumnos.
Entre los directores más prolíficos en cuanto a producción está Alfred Hitchcock. En su infancia encontramos parte de sus obsesiones que luego llevaría al cine. Es entonces, según confesión propia, cuando conoce por primera vez el verdadero miedo: Tenía seis años e hice algo por lo que mi padre consideró que debía ser castigado, no recuerdo qué, tal vez robé un tomate. Bien, mi padre me envió a la comisaría de policía de la esquina con una nota. El policía me encerró en una celda mientras no dejaba de repetirme: esto es lo que se le hace a los niños malos.
El robo aparece en Marnie, la ladrona aunque el problema principal de Marnie (Tippi Hedren) es la neurosis fóbica por un trauma sufrido en su infancia, donde se ve apartada de su madre por un hombre extraño para ella.
Otros temas como el odio, el miedo, la angustia… aparecen en otras películas que se exponen más adelante. Pero ahora, cabe decir lo que su esposa opinaba de este hombre bajito y gordo que se colaba siempre en medio de la trama, porque Alfred, como diría su mujer Alma, era un hombre de peculiar humor: Nunca dejaba de gastar bromas a todo el mundo, a veces incluso me daba miedo.
Algo bien distinto sería el martirio al que sometía a sus actores. Su obsesión por Tippi Hedren llegó a ser tal, que contrata detectives para que le informen de todo lo que hace. La actriz recuerda: Comenzó a decirme lo que debía vestir en mi tiempo libre, lo que tenía que comer, y los amigos que debería tener. Se ponía furioso si no le pedía permiso para visitar a algún amigo por la noche o en un fin de semana. Llegó incluso a regalarle a su hija (Melanie Griffith) una muñeca idéntica a su madre, encerrada en un ataud.