La gandísima joya, la grandísima Chavela.

No hay ni una sola canción de esta mujer que no me emocione.

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Isabel Vargas nació en Puerto Rico pero con 14 años se fue a México. Era pobre; muy pobre. Pero tan grande de personalidad y espíritu que poco a poco fue ganándose la confianza y la admiración del mundo entero.
Las rancheras, típicamente masculinas, quedan en su voz desgarrada como si fueran escritas solamente para ella. Y, en parte, es así, porque José Alfredo, componía pensando en la voz de Chavela. Vivió en muchas capitales del mundo. Hacía locuras que sus compañeros de piso calificaban de Chaveladas, bebió «todo el tequila de México» según ella, fue amante de Frida Kalho, amiga de Sabina, Miguel Bosé, Felipe González y un montón de personajes míticos que hablan de ella como un mito en vida, musa de Diego Rivera, Frida, Juan Rulfo… compraba coches de quinta mano que después estrellaba por culpa de su «delirio de alcohol». Tiene admiradores, como yo, a los que se les ponen los pelos de punta solo pensando en poder escucharla en directo.

Un día, decidió dejar de beber, dijo que ya no había tequila en México por su culpa, y de ahí esa frase que yo repito mil veces. La frase que le dijo Marta, la chica que la ayuda en casa, al alcalde de su pueblo: «No, señor, Chavela ya no toma». El alcohol la mantuvo retirada de los escenarios largo tiempo; y ahora sonríe y comenta, que le costó mucho subirse al siguiente, porque no había subido nunca sin el tequila.

Todos me dicen el negro, Llorona
Negro pero cariñoso.
Todos me dicen el negro, Llorona
Negro pero cariñoso.
Yo soy como el chile verde, Llorona
Picante pero sabroso.
Yo soy como el chile verde, Llorona
Picante pero sabroso.

Ay de mí, Llorona Llorona,
Llorona, llévame al río
Tápame con tu rebozo, Llorona
Porque me muero de frió

Si porque te quiero quieres, Llorona
Quieres que te quieres más
Si ya te he dado la vida, Llorona
¿Qué mas quieres?
¿Quieres más?

Es tan auténtica que hasta vive en el Boulevard de los sueños rotos. Tan genuína que no hay nadie que no sepa de su existencia.

Chavela, la que nos ha devuelto a todos la luz de la luna, la que nos hace partícipe de las pequeñas cosas, la que se bebe el último trago y después te besa. Chavela, la grande, la única.

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