Parafrasear a Raymond Carver con la frase del título, es lo que pienso cuando oigo a mujeres quejarse sin motivo aparente. Parece que la cultura de la queja no desaparece.
Hay algunas personas que llevan los titulares de la tristeza incrustados en los surcos de arrugas de su frente. Son las que terminan acogiendo el victimismo como modo de comunicarse con las demás.
No quiero ofender a nadie. Si ampliamos la queja a circunstancias especiales como violencia, marginación…, hay motivos sobrados para quejarse como para poner de una vez remedio.
Esta claro que nacemos sin poder elegir por nosotras mismas cómo nos gustaría ser. Venimos en primer lugar con los genes puestos y adaptarnos al medio es una tarea larga que a veces no se consigue o no se quiere conseguir ¿por qué no?
Sin embargo, esto último ya implica un elección y una determinación. Y de eso se trata, de que sepamos elegir qué queremos y cómo conseguirlo.
Ese tirar para delante con las dificultades tratando de solucionarlas lo hemos visto en muchas mujeres antes y ahora. Son las que no pierden tiempo y energía en la queja y en esperar que lo deseado les venga de… no sé donde.
Hay que aprender a vivir con el cambio permanente porque la realidad es cambiante. Cualquier crisis es una buena oportunidad para atreverse a cambiar.
Nuestro cerebro es enormemente creativo, sólo aflora cuando nos liberamos de ciertos prejuicios y condicionamientos y entramos en contacto con nuestra realidad más esencial.
Este es sobre todo un aprendizaje individual, pero no está de más buscar en algunos momentos referentes que nos sirvan de ejemplo. Cuando mi ánimo decae pienso en mi madre y en la madre de mi madre, dos mujeres que me enseñaron a vivir con alegría.
Y por último, os dejo con el consejo de Thoreau en este enlace de mi blog.