Ambiciosa, fría, amante del lujo, Tamara de Lempicka, la máxima representante del art decó, fue el prototipo de mujer independiente en el período de entreguerras. Apasionada por la modernidad, por los rascacielos y los coches, se relacionó sexualmente tanto con hombres como con mujeres, era aficionada a la cocaína y organizaba orgías en las que los sirvientes iban desnudos. Sin embargo, nunca dejó de ser una hija del antiguo régimen, con una obsesiva aversión al comunismo, y sus transgresiones no eran más que una diversión de gran dama degenerada. Coqueta y mentirosa durante toda su vida, cambió su biografía con frecuencia, elaborando su propia leyenda.
Aunque no son seguros ni su fecha ni su lugar de nacimiento (unos dicen que en Varsovia en 1898 y otros que en Moscú en 1900), sí lo es que nació en una familia acaudalada del imperio ruso y que se llamaba, en realidad, María Gorska. En 1916 se casó en San Petersburgo con el abogado polaco Tadeusz Lempicki con el que llevaba una vida lujosa hasta que la Revolución rusa les obligó a huir a Copenhague y más tarde, en 1923, a París, donde nació su unica hija, Kizette.
En 1925, Tamara de Lempicka participó en la primera exposición art decó de París, donde se hizo un nombre como artista. En 1929 se divorció de Tadeusz y se conviertió en amante del barón Raoul Kuffner, un coleccionista de su obra, con el que se casó en 1933, tras la muerte de la esposa del barón. Tamara consiguió así lo que siempre había perseguido: aún es joven, tiene mucho dinero y un título nobiliario. Es su época de gloria. Se trata con las celebridades (Andre Gide, Greta Garbo, Gabrielle d’Anunzio, el baron de Rothschild….) y, convertida en la retratista de moda, vende sus cuadros por verdaderas fortunas.
Pero la guerra acabó con esa situación: Tamara y el barón Kuffner huyeron a América, donde Tamara intentó pintar siguiendo las pautas de la abstracción geometrica, pero sus cuadros son fríos, sin interés. Tras la muerte del barón, en 1962, pasó sus últimos años casi olvidada en Cuernavaca (México), en donde murió el 8 de marzo de 1980. Kizette, complaciendo el sueño de su madre, arrojó sus cenizas al volcán Popocatépetl desde un helicóptero.
Su obra se basa en retratos de mujeres etéreas, aunque férreas a la vez, y en desnudos de suave erotismo, con una carnalidad limpia y una atractiva utilización del color, que recuerda la exaltación del fauvismo. Sus influencias principales son el retrato manierista y el cubismo, aunque sin llegar al arte abstracto. De hecho, la pintura de Tamara de Lempicka está mucho más cerca del decadentismo que añoraba el perdido esplendor del mundo de la nobleza y de la burguesía que de la explosión de energías que muestran las vanguardias artísticas europeas en los años de triunfo de Tamara.
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