La vida en pareja supone una adaptación recíproca, que conlleva cambios, renuncias y cesiones por ambas partes.
Convivir con otra persona, sea pareja o no, no es fácil en muchas ocasiones. Lo vemos en las propias familias, en los pisos compartidos e incluso en el trabajo, en el que no existe esa convivencia. En todos ellos hay una especie de reglas, expresas o tácitas, para que las relaciones sean agradables y equitativas, Desde luego, casi siempre alguien falta a esas normas y comienzan los problemas, aunque también casi siempre suele haber alguien que intenta conciliar, que prefiere callar para evitar roces o que cede en beneficio del otro. Cuando de una pareja se trata, generalmente uno cede más que el otro. Esto, después de un tiempo, puede acarrear desilusión, decepción y reproches, pese a que nadie le obligó y a que lo hizo, por tanto, voluntariamente para que la relación funcionase. Lo ideal sería que esos actos de cesión los hubiese por parte de los dos; pero lo ideal casi siempre es utópico.
A las mujeres se nos achaca querer cambiar a nuestra pareja en muchos aspectos: forma de vestir, reuniones familiares, asistencia a fiestas, codazos disimulados, pataditas por debajo de la mesa… Algunos aceptan de buen grado; pero muchos se sienten coaccionados u obligados en cierta forma, porque piensan que no hacer caso a esas insinuaciones o proposiciones dará lugar a caras serias o a algún que otro «castigo».
Pero los hombres también lo hacen, pues no faltan quienes se enfadan porque la mujer lleva una determinada prenda de vestir, ni quienes invitan a amigos a casa sin previo aviso.
Son ejemplos y hay muchos más, por supuesto: no tapar el frasco del gel, hacer zapping apoderándose del mando a distancia de la televisión, horarios diferentes…
El cambio de uno mismo no tiene por qué ser malo, si es espontáneo, ya que es una forma de evolucionar: lo problemático es cuando se quiere cambiar al otro.
La adaptación del uno al otro en la vida en pareja forma parte de la relación misma, pues nadie es igual ni tiene exactamente los mismos gustos, aficiones, inquietudes o manías. Y esa adaptación en los primeros años, aunque difícil, quizás sea más llevadera, porque el entusiasmo inicial juega a favor, o tal vez en contra (según como se mire), en el sentido de que las renuncias y las acomodaciones al otro se suelen hacer con alegría, aunque cuesten; pero tal vez también esos primeros años marquen los comportamientos futuros; después, pasados éstos, puede ser la causa de una buena relación o todo lo contrario, dependiendo de cómo se haya llevado a cabo.
Mucho más se puede decir sobre el tema; pero prefiero que me ayudéis. ¿Os apetece?