Antonietta Gonsalvus: un cordero con piel de lobo

A finales del siglo de oro, entre las picas que España ponía en Flandes, a Petrus Gonsalvus le nace otro hijo repleto de vello o lo que es lo mismo: otro renglón torcido de Dios al que llamó Tognina.

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Antonietta Gonsalvus vino al mundo en los Países Bajos del 1572.  Enferma de «Hypertrichosis Universalis Congénita», una dolencia que hacía que le brotara pelo por todo el cuerpo, fue retratada por artistas de la época -como Lavinia Fontana o Hoefnagel– y analizada por cientos de curiosos entre los que se encontraban el emperador Rodolfo II y el científico Ulises Aldrovandi.  

De su padre -portador de la enfermedad- se sabe que era español, de Tenerife y acogido en París por la corte de Enrique II. Allí se encargarían de civilizarlo enseñándole Bellas Artes y latín. En cuanto a su madre, hay pinturas que afirman que era una bella holandesa ajena a la enfermedad.

Imaginamos que al ver a Petrus debió de pensar aquello de donde hay pelo, hay alegría y se casó con él dándole cuatro afelpados hijos. Entre ellos, la dulce Tognina, la más retratada y tal vez la más querida que, al igual que su padre, transmitió la anomalía a sus hijos. 

Dicho esto, hay que decir que en general la vida de Tognina es un enigma. Tan sólo se hacen cábalas sobre los retratos que le dedicaron a lo largo de su vida. De estas pinturas hace un profuso análisis el escritor Alberto Manguel en su ensayo Leyendo imágenes. El texto del autor argentino -mucho más que recomendable- es una extensa reflexión acerca del impacto que producía y produce el hirsuto rostro de Tognina sobre nosotros.

Así, examina su aspecto de lobuna y los prejuicios que esta peculiaridad despertaba en quienes la contemplaron. Para ello, Manguel nos introduce en el mito del hombre lobo y  la loba, del peligro y la bondad si pensamos en el lobo de Perrault y la loba de Romulo y Remo, respectivamente. Por otro lado, no olvida mencionar la erótica y tintes demoníacos del licántropo. En general, repasa a conciencia las alusiones a la figura del lupo ya sean científicas, religiosas o sociales y su relación con el hombre.

Sin embargo, aunque es palpitante la minuciosa documentación de Manguel en su obra, hay un vacío en ella en cuanto a  la reflexión sobre el tema. Parece no prestar demasiada atención a  nuestro afán por civilizar cualquier rasgo salvaje y animal que observemos en un ser humano -veáse Petrus Gonsalvus o Greystoke- y la inquietante costumbre de humanizar ciertos animales como los perros -véase peluquerias y ropas caninas-

Dicen que venimos del mono pero ¡ojo! que no se note. No obstante, el vello de Petrus lo decía en alto y esto no podía consentirse ya que había que marcar fronteras, a un lado el hombre, al otro el animal. «Que no haya dudas, que quede claro quién es el ser superior, vistámoslo pues y enseñémosle latín y pintura- dijeron los súbditos de Enrique II el de Francia. Como si  los latinajos y el terciopelo hicieran al hombre, a la razón, a la sensibilidad, al alma pacífica… El ir desnudo, comer con las manos, EL VELLO, la fiereza o la brutalidad eran rasgos que debían ser eliminados para despejar la incertidumbre. 

Como curiosidad hay que señalar que ni Petrus ni Tognina mostraban más tilde lobezna que su aspecto lanudo. No eran violentos ni ariscos. Además, ambos mostraron una gran capacidad de aprendizaje así que en este proceso civilizador sus maestros, los portadores del saber y de la verdad, no tuvieron problema. Tal vez los doctores estaban disgustados al no poder eliminar esos pelanganos insultantes, incómodos a la vista  pero les aliviaba pensar que habían resaltado otras características propias del ser humano. Así, sabiendo idiomas, protocolo de mesa y saludos, Tognina y su familia «parecían menos animales».

He aquí la gran contradicción de los doctores y cortesanos que los «educaron» pues de todas las cualidades que diferencian al hombre del animal, eligieron las más superficiales, las menos profundas. Por ejemplo, eliminaron la comprensión y la empatía, que ni siquiera ellos mismos tuvieron con los Gonsalvus. Por un lado no querían que a los Gonsalvus se les confundiese con animales y por otro, los exhibían como un caniche en una pasarela canina, además de incluirlos en Bestiarios o Historia de los monstruos ¡Qué tacto!

Volviendo a la cuestión principal, al vacío de Manguel, al porqué este afán civilizador del ser humano podemos encontrar varias respuestas tales como el complejo de Dios, prejuicios, falta de humildad y una absoluta ignorancia ante todo lo nuevo-diferente.

Como hemos visto, en el caso de Tognina se cumplen todas las causas al igual que en la historia de Greystoke, donde el capitán D’Arnot, con toda su buena fe, se impuso a sí mismo el esculpir a ese hombre criado por monos, a su imagen y semejanza. Por eso le enseñó francés, a llevar trajes de conde, a bailar delicados valses y a luchar -no por comida- sino por cuestiones políticas. Sin embargo, en este caso donde el niño de los monos sí tenía mucho de animal  y por tanto, mucho que enseñar a D’Arnot sobre los animales (a no odiar por ejemplo) nadie le preguntó, nadie consideró que en la selva pudiese haber adquirido nada bueno o importante para los humanos, la especie superior.

En definitiva, a Manguel se le olvidó resaltar que el ser humano es selectivo en esto de poner fronteras a «lo animal y lo humano». Así, decide cuándo le interesa ser civilizado por ejemplo para inmiscuirse en la vida de un kikuyu salvándolo al vestirlo como un occidental (recordad los guantes blancos que le coloca Meryl Streep en Memorias de África) y opta por dejarse llevar por su instinto animal cuando quiere justificar actitudes violentas o las consabidas infidelidades.

Si Tognina hubiese vivido hoy en día, casi nada habría cambiado (burlas y marginación) pero sí habría algunos doctores y ciudadanos que habrían mirado debajo de esa pelambre para descubrir algo más.

Ahora mirad el cuadro y decirme qué veis.

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