Sí, la fila para ver la ampliacion del Prado suponía mínimo una hora de espera. Y yo me pregunto: ¿Por qué solo el Prado logra congregar a tales masas?
Dejando al margen sus portentosas obras ¿qué estrategia sigue para dejar en la sombra carcelera al resto de galerías? Tal vez la palabra mágica para responder a estas preguntas se llama «publicidad», «publicidad» y más «publicidad» invasiva, para mi gusto. Estoy de acuerdo: el Prado es una de las mejores pinacotecas del mundo, (personalmente lo adoro), pero tal vez no nos demos cuenta de que su exacerbada difusión ensombrece la calidad y promoción del resto de museos de Madrid. Por ejemplo, ¿cuantas personas que se dirigían al susodicho han pasado por una pequeña puerta decorada con un galeón de hierro forjado? -qué mono, ¿verdad?- bueno, déjate de barcos y date prisa que ya veo la fila desde aquí. Bien, este grupo tan cool se encontraría en paseo del Prado numero 5, ante una de las pequeñas joyas de la ciudad denominada Museo Naval, fíjate qué cosas.Hagamos aquí un parentesis para agachar la cabeza con resignación y aceptar que ahora el museo de naves tiene más afluencia. Sooo, no nos emocionemos: es debido a su aparición en el film «La carta esférica». Hay que confesarlo, antes de disfrutar del inquietante de Carmelo Gómez paseando por sus salas, el Museo Naval pasaba desapercibido. Pues eso, que los «guays» deseosos de llegar a la «hilera de los eruditos» no saben que se pierden -entre otras maravillas- una magnifica reproducción de un camarote del XIX, la cual supera con creces las reproducciones de los camarotes del Titanic, en la exposición de su 95 aniversario.
Lo mismo ocurre con el Lázaro Galdiano, acogedor palacete escondido en pleno barrio de Salamanca. Dentro del mismo se puede contemplar una curiosa colección de joyas que abarca desde collares greco-romanos hasta broches art nouveau además de esculturas armas y muebles que este marchante llamado Galdiano fue recopilando a lo largo de su vida. Pero claro, cuando pensamos en mecenas de arte se nos viene a la cabeza como una especie de impulso eléctrico, una señora llamada Tita Cervera y su Thyssen. Y entonces acudimos como ovejitas a ver a Cranach. Porque lo dice la tele, lo dicen las revistas y toda la publiciad implícita que Titissima ha conseguido con su «no a la boda». Siendo benévolos, aunque haya sido sin querer queriendo, aceptémoslo, Tita se ha ganado algunos clientes más hablando de su Borja en los jardines de su Museo. Y todo sin llamar a Moneo. Si es que el Prado no sabe de marketing.
En fin, podríamos seguir hablando de otros museos enriquecedores y no tan publicitados (pobres, no tienen Borja o Moneo que les quiera) pero que están ahí, aguantando el tipo con una mueca melancólica, como «el Romántico», el de Ciencias Naturales, el Panteon de Goya, el museo del Ejercito, el Taurino, Ferroviario, Africano… etc. Damas y caballeros, creedme, estos lugares también esconden pequeños tesoros aun por descubrir y yo os invito a ver… si el Prado nos deja.
Nuria Reina