En la biografia aparecido coincidiendo con el primer centenario de su nacimiento, Kate, el lado oscuro de Kate Hepburn (T&B Editores, Madrid, 2007), William J. Mann presenta a la actriz como alguien que desafiaba los cánones del Hollywood dorado por su permanente ruptura de los estereotipos sociales. Pese a ello, Mann asegura no querer destruir su imagen, sino comprender el lugar que ocupa en el imaginario colectivo.
Orgullosa y reservada, al tiempo que generosa y comprometida ( en palabras de Mann) son los rasgos que la convirtieron en una de las figuras del siglo XX. Aunque a eso hay que añadir su fama de insumisa y rebelde, su relación con Spencer Tracy y una belleza salvaje y atemporal. Además, no hay que olvidar su importante filmografía, que le hizo ganar cuatro Oscar (siempre en la categoría de protagonista). Aunque el éxito no siempre la acompañó. Sus principios fueron desastrosos: la primera obra en la que actuó profesionalmente fue un fracaso. Seis meses después, la Hepburn se casó (por primera y última vez) con un miembro de la alta sociedad de Filadelfia. Pero el matrimonio apenas duró un año. La indomable Kate se había cansado de hacer de ama de casa.
Su debut en el cine en 1932 con Doble sacrificio, melodrama dirigido por George Cukor, quien se convertiría en su amigo, consejero y director de confianza. Kukor enseguida se dio cuenta de que estaba ante un mito en ciernes: «No se parecía a los años treinta, sino a si misma. Luego las chicas empezaron a imitarla y la década se pareció a ella«, dijo.
Sin embargo, en 1938 (a pesar de que ya había ganado su primer Oscar) era la primera en la lista de venenos de la taquilla, como llamaban a los actores que no resultaban rentables para ningún estudio.
Los rumores sobre su homosexualidad ya se habían disparado cuando apareció vestida de chico en La gran aventura de Sylvia. Pero cuando llegó el estreno de La fiera de mi niña vivía con una mujer. Además, iba sin maquillar, daba plantones a la prensa y se burlaba abiertamente de la falsa moral de Hollywood. La película fue uno de los fracasos económicos más inexplicables de la historia del cine.
Katharine no se desmoralizó. Simplemente, volvió a Brodway. Allí estrenó la obra que cambiaría el curso de su carrera: Historias de Filadelfia. Fue un triunfo espectacular y además la Hepburn había convencido a Howard Hugues (que entonces era su amante) de que comprara para ello los derechos para el cine.
Cuando quisieron rodar la película, la Metro no tuvo más remedio que ceder a las exigencias de la actriz y la incorporó a su nómina. Sin embargo, la desaprovechó en papeles desastrosos, hasta que el cielo la premió con La costilla de Adán. La Hepburn, una gran mujer de negocios, también había comprado los derechos del guión. La Metro tuvo que doblegarse de nuevo y, además, esta película la emparejó con Spencer Tracy.
Cuando fueron presentados, ella dijo:»Me temo que soy un poco alta para usted«. Él la miró de arriba abajo y contestó: «No se preocupe, miss Hepburn. Yo me encargaré de ponerla a mi altura». Fue el inicio de una pareja memorable.
Pero, ¿qué clase de relación existió de verdad entre ellos? Spencer Tracy era un actor alcohólico y torturado; eso no parece encajar con la elegante e izquierdista Katharine. Y además, era católico, por lo que nunca se divorció ni llegaron a convivir. Es más, se veían muy poco. Aún así, la actriz asumió su faceta quizá más publicitada: la de amante-enfermera del gran actor.
Tras la muerte de Spencer Tracy, ella siguió rodando películas que han pasado a la historia del cine, como De repente el último verano o El león en invierno. También obtuvo grandes éxitos en Brodway, como Larga jornada hacia la noche, de O’Neill.
Katharine Hepburn siguió actuando casi hasta su muerte, ocurrida a los 96 años. Al día siguiente, todos los teatros de Brodway apagaron sus luces para rendirle homenaje