Second Life, ¿juego? ¿negocio? ¿doble vida?

 

 

Si nos preguntan con que asociamos second life diremos que con segunda vida y habrá quien se acuerde del binomio cielo-infierno.

Si mi abuela hubiera escuchado esta última expresión «doble vida» diría con rapidez: «ese/esa tiene un amante…»Si profundizamos en este tema, del que la prensa se viene ocupando últimamente, observamos que estas dos definiciones caben en él.

Second Life, según Wikipendia, la enciclopedia libre, es uno de varios mundos virtuales inspirados en la novela de ciencia ficción Show Crash, de Neal Stephenson y el movimiento literario «Cyberpuk». Un mundo creado por sus usuarios en el que la gente, ¿adultos?, puede interaccionar, jugar, hacer negocios y, en definitiva, comunicarse.

La prensa también lo define como un juego de simulación que permite vivir una segunda vida a través del ordenador. Al parecer ya no son sólo las religiones monoteístas la que ofrecen como recompensa otra existencia. Un cielo. Un mundo perfecto.

La novedad es que hoy esa posibilidad de vivir otra vida ha penetrado en nuestras casas. Está dentro de las pantallas del ordenador, eso sí, siempre que se tenga una buena conexión a Internet. Esos mundos que crean realidades virtuales en la Red han conquistado a decenas de millones de internautas en todo el mundo. ¿El secreto? Les arrancan con una simple conexión de todas las vidas que no les gustan, les facilitan la comunicación que son incapaces de establecer en la calle o en sus trabajos con criaturas semejantes a ellos. Es ficción al alcance de la mano. Jugar a ser; crear individuos según el ideal de cada uno.

Dice Vicente Verdú que conseguir ser uno mismo pertenece al mundo de la dignidad, pero poder ser cualquiera, corresponde al universo de la divinidad. La identidad parecerá un atributo elegante en el mundo social, pero pesa como el acero. Y más aún si pretende mantenerse inoxidable obedeciendo la consigna de llegar a ser el que se es. Hoy, sin embargo, pocos se consideran satisfechos llegando a ser el que supuestamente se es. Ideológicamente, la vida ha ido dejando de ser como un camino de perfección par imaginarse como un parque o un laberinto. El mundo de la identidad no se decide principalmente en el quehacer, sino acaso en ese espacio que llamamos de no hacer nada. En ese ocio virtual nos pensamos, nos recreamos, nos chalamos y quién sabe si, como los niños del limbo, felizmente nos desvanecemos.

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