Seleccionados 3ª votación.

 

Enhorabuena a todas.

La nevera
Autora: Titania
-La nevera llora -, dijo la Nenita y tiró de la sábana-, gimotea como Rober cuando le quitaba la pelota en el parque. Su mamá se desperezó un poco desorientada. Encendió la lámpara de la mesilla y guiñó los ojos. Forzó una sonrisa y le revolvió la melena ondulada-. Vamos a ver ese frigorífico llorón -. Cogió su manita y las dos, con los mismos patucos a rayas verdes, caminaron por el pasillo. Al pasar por el cuarto de baño se escuchó un quejido suave como el ladrido de un cachorro. La mamá se detuvo-. ¿Ves como llora? A lo mejor tenemos que arroparla porque siempre tiene frío, mami -. Su hija tiró de ella para que siguieran avanzando. La mujer tragó saliva y se movió. Sentía los pies fríos a pesar de los calcetines de lana. Puso la mano en el tirador y otro lamento se coló entre las bisagras. Antes de que pudiera impedirlo, la niña empujó la puerta. La luz de las farolas de la urbanización se filtraba por la ventana e iluminaba la puerta gris metalizada de la nevera-. ¿Qué te pasa bonita por que lloras? -preguntó la Nenita al refrigerador. Acarició la parte lisa del electrodoméstico que quedaba libre de dibujos e imanes. Al retirarla, se cayó al suelo la vaca magnética de Cantabria. Sujeto por la punta del teléfono de Telepizza quedó colgada la foto de un niño con flequillo rizado sujetando un balón bajo el brazo. La Nenita se puso de puntillas y despegó el retrato-. Me la quedo que desde que Rober se fue al cielo no le he vuelto a ver-. Los ojos de su mamá brillaban como los de un gato en medio de la noche. Sintió los dedos de los pies calentitos. La nevera no volvió a llorar.

Molinos de viento
Autora: Peter Punk

En las noches de viento, los habitantes de Molinos meten a los niños en el armario, en la maleta o debajo de la cama. Cuentan que hace algunos años, una niña del pueblo se quedó jugando en la calle hasta la madrugada. Era una noche de mucho viento. Y se durmió. En Molinos, el viento suena como el suave susurro de una canción de cuna. Y sus habitantes tienen miedo de que a sus hijos les pase como a Silvia. Cuando a la mañana siguiente despertó de su sueño, el viento se le había metido por las venas. Y Silvia ya nunca fue la misma. Era ligera como una pluma y la menor ráfaga de viento se la llevaba consigo. Se metía piedras en los bolsillos. Era silenciosa. No jugaba con los otros niños. Se la veía siempre en compañía de los más ancianos del pueblo. Les cogía de la mano. Con ellos parecía sentirse segura. No era el peso del cuerpo, sino el peso de los años lo que combatía mejor aquella rebelde enfermedad del vuelo. Se le dibujaba una sonrisa de serenidad en la cara cuando veía girar los molinos en el páramo. Algunos decían que era deficiente. Que aquella sonrisa era una sonrisa boba y vacía. Que la canción que tocaba el viento por las noches era algo así como un canto de sirenas. Un día la niña desapareció. Eran días de fuerte ventisca y muchos peregrinos se habían alojado en el albergue. Es allí donde escuché la historia de Silvia. Se fue volando- decían unos. Otros argumentaban que la niña es sólo un fantasma en la imaginación de los más viejos. Que se la inventaron, porque se sentían solos.

S O L A
Autora: Haiya

Siempre está presente, a veces a su lado, atrás, enfrente, no lo puede ver pero es perceptible su presencia. Le platica todo lo que hizo en el día y el sutil movimiento de la cortina le conforta pues se siente acompañada y escuchada. Hoy llegó a las ocho, dos horas después de lo acostumbrado, llegó sonriente y ensimismada y al momento de entrar, las cortinas se movieron con fuerza como exigiendo una explicación por la tardanza y por el silencio. Ella fue hacia la ventana y la cerró pensando que ya no necesitaba aferrarse a algo que se inventó para llenar sus espacios y su soledad, ahora ya tenía a alguien de verdad. Cuando la lámpara que colgaba encima de la mesa se empezó a balancear y a parpadear su luz no hizo el menor caso y caminó al baño. Necesitaba estar bajo el agua para repasar en su mente los momentos vividos, todos ellos experiencias nuevas. Cuando entró en la regadera y sintió el agua en su cuerpo-ahora-nuevo, cerró sus ojos sonriendo y no se percató que la luz se apagó. La encontraron colgada de la ventana con una cortina; decían las vecinas y quienes la conocían -pobre, estaba tan sola.

Volver a verte
Autora: Lorena San Millán

Ayer te vi. Iba en mi coche, tú caminabas por la calle. Me pasé en ámbar por seguir tus pasos. Una mezcla violenta de miedo, desconcierto y alegría se alojó en mi pecho. Se me llenaron los ojos de lágrimas y la garganta de silencio. Toda saliva se fue de mi boca y todo aliento abandonó mis pulmones. Llevabas la misma ropa con la que te vi por última vez, ese, tu uniforme de guapo, como tú le decías. Entraste a una zapatería ¿Tú, comprando zapatos? Me estacioné para no perder detalle de tus movimientos. Pensé que te había confundido con alguien más, pero el tic que aparece en tu mejilla cuando gastas dinero en cosas innecesarias, tacaño irredimible, me confirmó que eras tú. El momento ameritaba un cigarro. Busqué en mi bolsa, desviando la mirada de tu figura. Al volver la vista a la tienda, ya no estabas. Pregunté por ti, dijeron que no esperaste ni la feria y que aunque parecía que tus pies eran más grandes pediste un número más chico y te quedó perfecto. Me indicaron por donde te fuiste. Di varias vueltas a la manzana pero no pude encontrarte. Tal vez tomaste el primer taxi que viste. Tal vez cruzaste la calle. Un encuentro común, nada digno de comentarse. Te veo, te pierdo de vista y de ello no hay nada rescatable. Así es y así sería, si no fuera porque hace un año, cubierto de nardos, en aquel cementerio te dijimos adiós, enterrándote descalzo.

Sin título 2
Autora: Martika

Muchas veces había deseado, luego de escuchar pacientemente el cuento de Pinocho, que su muñeca de rizos rubios fuese tocada por una varita mágica. Todas las noches invocaba hadas a montones, madrinas y no madrinas, bondadosas y malditas, ya no le importaba llevar a cabo un pacto con alguna deidad oscura, solo quería que su muñeca, por fin, le hablase. Una madrugada, estando profundamente dormida, el espejo se licuó y de su interior emergió un pequeño basilisco. En medio de la penumbra, se dirigió hacia la cama en la que la niña dormía abrazada a su muñeca, asegurándose primero que los ojos de la misma estuviesen cerrados, pues la visión de su mirada resultaría mortífera. Luego observó a la muñeca y pensó que los ruegos de la pequeña debían ser escuchados. Recordó un conjuro tan antiguo como su mito y al pronunciarlo la muñeca emitió un bostezo. Confundida, comenzó a mirar en derredor. De pronto, en un súbito espasmo, descubrió los diminutos ojos del basilisco que la observaban con satisfacción. En el preciso momento en que sus miradas se encontraron, la muñeca cayo presa del sortilegio, muriendo sin más testigos que su propio creador.

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