Talleres literarios ¿se puede aprender a escribir?

 

 

Si escribes, participar en un taller literario es una experiencia única.Para empezar, la lectura de materiales teóricos te va a abrir todo un abanico de posibilidades para ayudarte a crear con las palabras. Además, disfrutas de la asesoría constante de un tutor. Y, sobre todo, encuentras la compañía de personas a las que también les encanta leer y expresarse a través de la escritura.

Pero ¿se puede aprender a escribir?

Surgió este debate a raíz de otro artículo y creo que es hora de traerlo a la palestra por méritos propios. Como sabéis, soy coordinadora de los talleres literarios en Portaldelescritor.com, nuestra página hermana; ahora tiene abierto el plazo de matrícula hasta el día 24 de Abril.Dejo algo de historia y ¿cómo no? de debate también.

 

¿SE PUEDE APRENDER A ESCRIBIR?

Muchos escritores/as de renombre han adquirido experiencia en un taller literario: Raymond Carver lo hizo en 1958, en la Universidad de Chico, California, donde tuvo la suerte de topar con John Gardner, que si bien no pasará a la historia por sus novelas, desde luego parece que como profesor de creación literaria era excepcional. De él dice Carver -en el prólogo al libro Cómo ser novelista, escrito por su antiguo profesor: Me hacía una crítica concienzuda y me explicaba los porqués de que algo tuviera que ser de tal forma y no de otra; me prestó una ayuda inapreciable en mi desarrollo como escritor.

El auge en estos últimos años ha sido tal que hasta Oxford se ha visto obligado a crear, en 2005, su primer curso de Escritura Creativa. Prácticamente toda Universidad anglosajona que se precie dispone de un curso (o varios) de Escritura Creativa, presumen de los escritores que han pasado por él y tienen muchos de ellos como profesores.

Hay también muchos talleres especializados -sigo hablando de EEUU-: talleres de escritura de ciencia-ficción; talleres de escritura de novela romántica; por géneros (detectives y misterio, humor, histórico, biografía…) etc…  presenciales en cada ciudad, por correo o, últimamente, por internet.

Algunos se llevan las manos a la cabeza, presos del mito del escritor que se forma a sí mismo;  ¿Qué son, «fábricas de escritores? ¡Los escritores no pueden crearse así, al lote, como las salchicas de Frankfurt! Curiosamente, estas mismas personas ven con naturalidad la existencia de Facultades de Bellas Artes, talleres de dibujo y pintura, y los Conservatorios y Escuelas de Música. Nadie se sorprende si se entera de que Beethoveen estudió con el músico Antonio Salieri, o de que Picasso acudió durante años a la Academia de bellas Artes de Barcelona, pero ¿escritores que se forman en escuelas de escritura? «¡Sacrilegio!»

Y por estos lares…

No andamos escasos de tradición a la hora de las tertulias literarias: una de las más nombradas es el Bilis Club, creada por Leopoldo Alas «Clarín» en 1871, pero que se dedicaba más a poner a caldo a otros escritores que a crear sus propios textos. E incluso anteriores: en el Siglo de Oro fueron muy comunes las Academias Literarias, reuniones que se hacían en casa de un noble para hablar de literatura: Lope de Vega leyó su Arte nuevo de hacer comedias en una reunión de la la Academia Mantuana.

Las tertulias estuvieron en auge desde principios del XIX: la más famosa de todas: «El parnasillo, que reunía a lo más granado de los escritores románticos en un bar de Madrid (Espronceda, larra, Zorrilla, Fermín Caballero…). Algunos empresarios del teatro se dejaban caer por allí y los escritores aprovechaban para intentar venderles sus escritos. Y muchas otras que le siguieron, como la del «Café Gijón» o en la propia «Residencia de Estudiantes» de Madrid.

 

Sin embargo, Tertulia literaria no es igual a Taller Literario. En las tertulias se lee, se habla de literatura, e incluso en algunas se dan propuestas para escribir; pero no está pensada para el aprendizaje de técnicas, o para la crítica constructiva. Es otro concepto, que tiene su base y su necesidad, sí -el contacto entre amantes de las letras e incluso escritores; el compartir lecturas o escritos; el darse ánimos mutuos- pero es diferente.

Los talleres existen porque los que trabajamos en ellos pensamos que -como cualquier otra disciplina artítica- el arte de escribir tiene su técnica, elementos fundamentales que hay que conocer y que -pensamos- se pueden enseñar. De la misma forma que alguien entra en una Academia de Ballet y empieza a conocer lo que es un plié o un jeté, o que el alumno de Cine toma conciencia de lo que es un plano americano o el recurso de la voz en off , el escritor aficionado también debe acercarse a determinados conceptos y saber manejarlos con destreza (incluso para -si después quiere- romperlos).

Y ahí el sistema educativo pincha escandalosamente: no existen en la Universidades españolas asignaturas -dentro del programa de primer o segundo ciclo y con sus respectivos créditos- de Creación Literaria. Sólo algunos Cursos de Extensión Universitaria, o en los llamados «Cursos de verano» o de Posgrado, es decir: como un complemento de otra carrera, no como una carrera en sí, ni como algo que pueda constituir parte de una carrera universitaria.

Así, el joven escritor/a que busca ilusionad@ alguna carrera donde alimentar su vocación, se encuentra las más de las veces atrapado entre el Periodismo -con sus múltiples asignaturas dedicadas a cientos de temas, y pocas relacionadas con la escritura en sí y menos aún con la literatura- y la Filología Hispánica o las Humanidades, donde se hace toda la crítica del mundo a las grandes obras maestras, pero donde en ningún momento se anima a escribir textos propios: y para aprender a escribir -ya dicen los sabios- es imprescindible escribir con regularidad.

 

¿CÓMO SURGIERON LOS TALLERES LITERARIOS?

La mayoría de las artes -como la pintura, la escultura o la arquitectura- han tenido a lo largo de la historia escuelas y academias en las que cualquier aficionado podía aprender de otros, compartir técnicas, experimentar e intentar encontrar su estilo. Sin embargo, ése no parece haber sido el caso de las letras.

Tal vez porque el material de la literatura es algo que todos conocemos y usamos a diario, las palabras -a diferencia de otras artes donde había que aprender a manejar pinceles o martillos- se ha dado por sentado desde tiempos remotos que la escritura es algo que no se aprende (ni, por ende, se enseña).

Este mito, hay que reconocerlo, ha sido alimentado muchas veces por declaraciones de los propios escritores, quienes mantenían el arte de la escritura en un pedestal, como algo que sólo podían alcanzar unos pocos tocados por la gracia mágica de una musa.

Sin embargo, algunos ya lo reconocían: Los escritores prefieren afirmar que componen mediante una especie de bello frenesí -un éxtasis intuitivo- y literalmente, pero si se echa una ojeada tras las bambalinas nos encontraríamos con los innumerables vislumbres de ideas que no llegaron a la madurez de la visión plena, a las cautelosas selecciones y rechazos, a los dolorosos borrones e interpelaciones. Edgar Allan Poe.

De hecho, algo que sí ha existido siempre han sido las Tertulias literarias, algunas bastante parecidas a los actuales Talleres. Por ejemplo la escritora Gertrude Stein reunía a una en su casa de París, a principios de los años veinte, a la que asistían renomabradísimos escritores como Arthur Miller o Scott Fitzgerald. Y no era fácil ser invitado: Hemingway necesitó una carta de recomendación de un escritor ya conocido, pues él era aún joven.

Más tarde, confesaría haber aprendido de Gerturde Stein «los maravillosos ritmos de la prosa», amén de recibir consejos muy prácticos, tales como el de llevar encima una libreta para anotar ideas y frases. A la muerte de Hemingway, se encontraron en su sótano decenas de estas libretas que constituyen un material tremendamente valioso.

En cualquier caso, desde siempre han sido los escritores norteamericanos los que han ido por delante en cuanto a la enseñanza de la literatura. La Universidad de Iowa fue la primera en tener un Curso académico de Creación Literaria en 1897; por él han pasado una docena de premios Pulitzer, como Michael Cunningman, famoso por su novela Las horas, llevada al cine hace dos años.

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