Llevo días tratando de averiguar qué zapatos calzaría la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, el día que se dirigió a los miembros y miembras del Congreso. Porque quizás si hubiera subido al estrado con zapatos de tacón de agujas y medias con costura, como las que aún conservo de mi madre, algunos escritores no hubieran arremetido contra ella con tanto furor.
Menos mal que hay otros escritores como Luis García Montero a quien “le gusta la ministra y le gusta escribirlo” (El País, 28-06-08) o, como Adolfo García Ortega que en su artículo (El País, 22-06-08) reconoce que “la importancia del “lapsus” que ha cometido la ministra Aído reside en que, sin querer, ha evidenciado que en ese oscuro fondo está el núcleo de la esencia de su ministerio: la lejana y real igualdad que queda por lograr, y por ello la existencia más que necesaria de su gestión».
Me quedo sin saber qué zapatos calzaba la ministra, a la que veo dispuesta a promover propuestas de igualdad, pero prefiero esa sonrisa pícara, lejana al lapsus, que iluminó su rostro, posiblemente, al escuchar las primeras reacciones a la palabra “miembras”.