Muchas son las palabras que podrías definir las histórica boda Real que protagonizaron el futuro heredero británico Guillermo y Kate Middelton casados en la histórica Abadía de Westminster. Muchos fueron los invitados que les acompañados en el gran día, que paralizaron el viernes pasados por unos días al resto del mundo, todos pendientes de cómo se decían el sí quiero antes millones de espectadores y como se daban el apasionado beso de cortesía al que nadie podía faltar y sin destacar la puntualidad la puntualidad británica que estuvo marcada en todo momento.
El Príncipe Guillermo llevaba puesto el uniforme escarlata del coronel de la Guardia irlandesa, sin espada y tocada con una gorra en la que brillaba una estrella de ocho puntas de la Orden de San Patricio, con el lema latino del regimiento “Quis separabit”
Unos cuarenta minutos después de que estuviera el Príncipe Guillermo esperando llegó el momento de que Kate llegara a la abadía, saludó a la multitud desde el interior del Rolls Royce Phantom en el que se traslado con su padre. Vestía un vestido de Sarah Burton, elaborado en satén marfil y blanco con escote de corazón y manga larga y con falda con volumen con cola de casi tres metros. Además de llevar una tiara de Cartier que Jorge VI obsequió a la Reina Elizabeth en 1936 en su 18 cumpleaños, cediéndoselo a su nueva nieta. El ramo nupcial era de lirios, jacintos, hiedra y mirto que llevan todas las reinas reales.
